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Short Story: El cantar de los negros (SPANISH)

  • Writer: Francisco Coronel Mejías
    Francisco Coronel Mejías
  • Jul 14, 2020
  • 6 min read

Updated: Apr 4, 2024

Carlos Martínez era un humilde hombre que vivía, junto con su esposa Yesenia, en un rancho ubicado en el barrio de La Dolorita, en la ciudad de Caracas. Su trabajo era pintar casas y, además de ser conocido por todos los lugareños, la verdad es que lo apreciaban bastante.


Carlos tenía una virtud, y es que era un hombre autodidacta, que si bien no recibió la mejor educación cuando niño, se preocupó por aprender constantemente y leía muchísimo.


Un día como cualquier otro, a Carlos lo contactan para que vaya a pintar un hogar. Quien le daba el encargo era un hombre de apellido extranjero, llamado Robert Kelps. Kelps era inteligente y carismático a más no poder, lo cual probablemente fue lo que favoreció que hubiera entre él y Carlos una conexión inmediata, gracias a la cual su relación fue más allá de algo meramente laboral: se volvieron buenos amigos.


En uno de sus encuentros habituales, Robert le cuenta a Carlos que él pertenece a una pequeña capilla del barrio y que, de hecho, es sacerdote. “La Santa Protección del Kemuel”, se llamaba la capilla. Robert le explica al ignorante amigo que la palabra “Kemuel” tiene sus orígenes en el antiguo hebreo y que significa “levantado por Dios”.


La Santa Iglesia del Levantado por Dios: una iglesia de todos y para todos, porque todos son hijos del Padre celestial.


Kelps le insiste muchísimo a Carlos para que éste visite la capilla y asista a una de sus misas. Carlos le explica a Robert que no es una persona creyente, y le dice que tal vez algún día vaya, pero sin poder asegurarle nada.


Días más tarde, Carlos decide invitar a Robert a su casa a comer, para que pudiera conocer a su esposa. Para el bueno de Carlos fue un día espectacular, que jamás olvidaría, pues la había pasado con Robert como nunca lo había hecho con nadie más, incluso con la misma Yesenia.


Una vez que Robert abandona el hogar de los Martínez, Carlos le pregunta a su esposa qué opinaba del señor Kelps. La respuesta no fue la esperada: Yesenia creía que había algo sospechoso en ese tipo, y que no era de confiar. Ante esto, Carlos se mostró intensamente indignado. Era como si le hubieran apuñalado. Genuinamente le dolió el comentario de su mujer.


Luego de lo sucedido, y en gran parte como venganza contra su esposa, Carlos decide visitar la iglesia de la Santa Protección del Kemuel. Al llegar a la capilla, lo primero que Carlos nota es que todos los miembros tenían en sus prendas, en letras amarillas y considerablemente grandes, las letras “SPK”. Carlos piensa, lógicamente, que deben representar el nombre del templo.


Cuando Robert se percata de la llegada de Carlos, va corriendo a abrazarlo y éste se pasa toda la tarde en la iglesia, conociendo a los distintos miembros y escuchando sobre la historia del templo, desde su fundación hasta los días actuales.


En el barrio de La Dolorita, las cosas no eran nada fáciles. Era una localidad bastante humilde, donde escaseaba la variedad de trabajos para realizar, la pobreza en cambio no lo hacía, y a la gente apenas y le alcanzaba para comprar comida. En medio de toda esta coyuntura, el barrio se encontraba bajo el continuo asedio de una la banda criminal “Fosforito”, la cual mantenía aterrorizada a la población de La Dolorita y controlaba, básicamente, todo lo que pasaba en el sector.


Pasaron tres semanas desde la visita de Carlos a la capilla. Éste habla con Robert y le comenta que tiene intenciones de convertirse en voluntario de la iglesia, alegando que no solo le encantó la manera de ser de todos sino que, tal vez, la razón por la cual se encontró con Robert era una señal divina que le decía que debía darle un nuevo sentido a su vida. Kelps, visiblemente muy emocionado, le dice a Carlos que él y sus compañeros estarían encantados de tener un nuevo miembro entre sus filas, pero que debía asistir primero a su “ceremonia de iniciación”, y le notifica a Carlos que se presente dentro de tres días en el templo, a las nueve de la noche.


Carlos encuentra esto un tanto extraño, y le manifiesta a Robert su preocupación de andar fuera de casa a altas horas de la noche, pues algo malo podría pasarle. Robert lo tranquiliza, diciéndole que todo estará bien y que no le va a pasar nada.


Carlos le comunica a Yesenia su voluntad. Ésta, si bien seguía sin confiar en Robert, respeta la decisión de Carlos de unirse al templo.


Una vez cumplido el tiempo de espera, Carlos sale de su casa y se encamina a la capilla. Sin que se entere, su esposa lo sigue a una distancia prudencial, movida por un horrible presentimiento que la acechaba desde la noche anterior.


Cuando Carlos llega a la iglesia, se da cuenta de que sus puertas están totalmente abiertas pero sus luces apagadas, lo cual le produce una sensación de terror. Sin embargo, si algo caracterizaba a Carlos no era la cobardía, por lo cual, envalentonado, decide entrar.


Una vez dentro, las puertas de la iglesia se cierran. Carlos, intentando controlar el pánico, continúa adentrándose en la estructura, hasta que las luces de la capilla se encienden y se encuentra frente a él, posicionados en una fila, a ocho hombres con túnicas blancas y con unas máscaras del mismo color, con forma de cono, que solo dejaban ver sus ojos. Carlos pega un estruendoso grito, pero es acallado rápidamente cuando un noveno hombre enmascarado le da un golpe por la espalda, haciéndole perder la conciencia.


Finalmente, Carlos despierta. Se da cuenta de que se halla atado a la parte superior de una especie de cruz de madera, situada justo frente al altar de la capilla. Los nueve hombres se encuentran frente a él, en fila nuevamente, y comienzan a recitar versos en un idioma desconocido. Carlos, al cabo de unos segundos, comienza a gritar descontroladamente, pidiendo explicaciones. Los hombres dejan de hablar y el silencio inunda la habitación. De un momento a otro se quitan las máscaras, y Carlos se da cuenta de la horrible verdad: eran los miembros de la iglesia y, situado en el medio, su amigo Robert Kelps, quien le dirigía una mirada llena de odio e ira. Carlos comienza a llorar y le pregunta a Robert qué es lo que está pasando. Robert le responde que no tiene nada que explicarle a alguien de su calaña, un desgraciado “impuro”.


Repentinamente, a Carlos le invade una angustia horrible: él sabe con quienes está tratando y sabe qué le hacen a la gente que es como él. Carlos había leído sobre ellos, en algún libro cuyo nombre ya había olvidado. Sin embargo, sin importarle que los incitara a la agresividad, necesitaba que le contestaran solo una cosa, algo que en el momento parecía lo más importante en el mundo: el significado de las siglas “SPK”.


- “Soy parte del Klan”, dijo Robert, riendo.

Y en un parpadeo, la cruz se estaba incendiando.


Los gritos que escapaban de la pequeña e infernal capilla eran horribles, y mezclados con los rítmicos y sincronizados cánticos recitados por los miembros de la secta, construían una composición musical oscura y diabólica, única: una oda al mal, la tragedia y el sufrimiento.


Yesenia, quien había estado siguiendo a su marido, no necesitó observar la escena para saber lo que ocurría: era Carlos quien gritaba. Era Carlos quien agonizaba. Era Carlos quien moría. En medio de las lágrimas y pensando en la más cruel venganza, Yesenia contactó con un conocido que formaba parte de Fosforito, al cual le explicó lo sucedido.


Una semana después del incidente, doce hombres llegaron armados a la iglesia y comenzaron a tirotearla, quitándole la vida a toda persona que se hallara en la capilla, fuese o no miembro de la secta. Luego de esto, los hombres incendian el templo, y toda la estructura queda convertida en cenizas.


Era el fin de un capítulo malévolo en la historia del barrio. El fin de un culto que se hacía pasar por algo puro y virtuoso para atraer a los incautos.


Antes de incendiar la iglesia, los hombres intentaron buscar el cuerpo de Kelps, cuya apariencia había sido descrita en detalle por Yesenia, lo cual ni siquiera era necesario porque poseían una foto del sujeto. Sin embargo, nunca lo encontraron.


¿Verdaderamente era ese el fin? O, más bien, ¿el inicio de algo mucho peor? Solo Dios puede saberlo, pues para todos los demás, el futuro es completamente incierto.


Que continúe, entonces, el cantar de los negros, si así está escrito.

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